domingo, 19 de mayo de 2019
Llueve.
La insoportable forma de llegar a estos momentos, llegan y no paran de llegar, cada vez más fuerte, presionando contra mi consciencia todos los recuerdos de un instante de felicidad, la angustia que me incapacita, envolviendo todas mis extremidades hasta no dejar rastro del firmamento de mi piel que se funde en el colchón haciéndome una con los remordimientos.
He llegado lejos, la vida estaba destinada a terminar años atrás cuando se sentía que ya nada importaba y que el roce del filo nocturno a mi piel ya no dañaba, se estira mi cabello como enredadera en la almohada, creciendo por la pared, inundando la habitación de nudos de despechos y espinas llenas de culpas, alejo a todo el que quiere de mi naturaleza ser parte arrancando mis raíces.
Llueve.
Siento como cae rozando mis mejillas la cálida gota de melancolía, mis pulmones están llenos de ese humo tóxico que han dejado las tristezas pasadas, comienza a subir el agua salada, inmovilizada tendida en la cama siento el frío del movimiento de las olas y el viento marino pega fuerte en mi cara, se me agota el aliento, se me acaba el habla, se cierran mis ojos. He dejado de luchar.
Llueve.
Cae desde el cielo en mi habitación inundando las tazas, siento como se sumerge mi cuerpo en el océano de incertidumbre creado por mis lágrimas, todo intento es inútil ya ha perdido el control, sólo sumergirse de a poco y seguir cayendo.
Sumergirte.
Catartico.
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